jueves, 31 de mayo de 2012

Su piel



Puedo verla desde el sillón mientras disfruto, relajado, de una copa de licor. En mis muslos reposa la fusta que acaba de romper el silencio rasgando el aire y restallando en sus nalgas. En mi mente gozo del recuerdo cercano del sonido del cuero y de los gemidos después de cada azote
Sé que está empapada, sé que espera ansiosa que nuevamente tome posesión de su cuerpo, que la use para mi placer, como tiene que ser. Y sé también el placer que esa sensación de entrega y de sentirse mía le produce.
Disfruto de los azotes dados, de ver su piel marcada y llena de color y disfruto aún más de hacerla esperar, mientras me deleito en las posibilidades.

lunes, 21 de mayo de 2012

Esas miradas



Estamos comiendo, charlamos, reímos, hablamos del mundo, disfrutamos de un buen vino y de la luz de la primavera. Podríamos ser cualquier pareja del mundo pero ella tiene sus pezones atados debajo de su blusa. Los siente mientras habla y los olvida, los olvida mientras habla y después un ligero movimiento hace que sea consciente de ellos. Después tendré que hacerle una foto a esos pezones atados, pero lo que en realidad me gustaría sería captar lo que veo en su cara mientras hablamos y comemos. 
Son tantas sensaciones que serían difíciles de explicar con palabras pero, no es necesario explicarlo, los dos sabemos lo que queremos decir con esas miradas.

domingo, 20 de mayo de 2012

IV capítulo de Caminos de sumisión

Buenas tardes
Con el cuarto capítulo de Caminos de sumisión, que ahora os presento, creo que ya podréis tener una imagen del libro y ver si os interesa adquirirlo. Espero que lo disfrutéis.
 
IV

En el salón, de noche, acompañado por el crepitar de las brasas en la chimenea, pasa lentamente las hojas de un libro. Alba duerme, o quizás se entrega a otras pasiones, prisionera entre las sábanas de su cama. El manuscrito que reposa en sus piernas es grande, encuadernado en cuero y repujado por artesanos increíblemente hábiles en su oficio. Solo su aspecto denota una antigüedad considerable. El cuero está remachado por una decoración metálica en forma de serpiente que se enrosca sobre trisqueles, y se complica, cada vez más, hasta dar la vuelta al libro de modo que el cuerpo de la serpiente se une y forma un cierre con forma de cabeza de dragón.
La imagen que observa en una de las páginas del libro muestra a una mujer con el pecho recostado sobre una gran mesa de comedor, desnuda a excepción de unas sandalias. Un hombre la folla al tiempo que agarra sus caderas con fuerza. Él recuerda, y las imágenes que hay en su mente se mezclan con la escena que tiene delante de los ojos.
Mientras tanto, en la cama, Alba lee otra carta. Está escrita con la letra de otra mujer y parece describir una escena en la que los protagonistas eran Clara y su Señor.
Recuerdo la primera vez que vi a Clara, cómo llegó hasta la casa del Señor, sin conocerlo personalmente aunque conociéndolo más que a nadie después de haber hablado tanto. Yo estaba en el piso de arriba, y miraba por la ventana.
Llegó vestida con un vestido azul, de seda, que se abría de arriba abajo, con botones plateados. No era muy corto, el dobladillo de la falda tocaba apenas las rodillas y el escote era redondo, sin mangas. Su maquillaje era muy natural, y llevaba el pelo suelto, con los rizos cayendo sobre los hombros. Iba calzada con unas sandalias de tacón alto, azules también. No llevaba ropa interior, no la iba a necesitar. Todo su cuerpo podía sentir el roce de la seda; los pechos, las nalgas y el pubis afeitado sentían su caricia mientras caminaba hacia la puerta de la casa. Una puerta grande, de madera, con un pomo dorado, que se abrió suavemente al empujarla, como si le diera la bienvenida en silencio. Después, un pequeño cuarto donde no había nada más que una percha. Supo instintivamente qué hacía allí la percha, supo que tenía que dejar allí la ropa porque al otro lado tenía que pasar desnuda. Se quitó el vestido y lo colgó con cuidado. No tenía prisa, sabía que  sería lo que tuviera que ser, y se abandonó ya de entrada, entregándose y dejándose llevar antes de que nadie se lo exigiera. Estaba desnuda a excepción de las sandalias, y atravesó la puerta que separa la pequeña cámara del resto de la casa.
Era una casa vieja y grande, de paredes gruesas, con una sala enorme dividida por un gran arco en medio. Había pocos muebles, todos ellos antiguos y de aspecto pesado, una mesa grande, rectangular, dos sillas de las que antiguamente se utilizaban para parir, un aparador, y una banqueta. Las tres paredes del fondo, al otro lado del arco, estaban cubiertas con pesadas cortinas de terciopelo ocre, aunque la de la izquierda dejaba entrever el pie de una escalera.
No había nadie en la habitación pero pronto sintió ruido de pasos y voces en el piso de arriba, y pudo notar como alguien bajaba por la escalera. Se quedó inmóvil en el centro de la habitación, bajo el arco, esperando que el hombre llegase al piso de abajo. Sabía que era un hombre, al fin y al cabo eso era lo que había venido a buscar en este sitio.
Recuerdo el sonido de los zapatos del Señor mientras bajaba las escaleras, mientras yo atisbaba por un agujero y veía el cuerpo desnudo de Clara bajo el arco, con las manos en los riñones, la cabeza baja, un cuerpo que temblaba ligeramente, quizás por el aire fresco de la sala o quizás por los nervios y el deseo. Su cuerpo era hermoso, los largos rizos sobre los hombros y los pechos en forma de pera con los pezones duros. Una mujer con curvas, nada de un esqueleto andante, nalgas redondas con un culo respingón, como de mulata. Un culo precioso para azotar.
Se acercó hasta ella, y notó el calor que salía de su piel y su perfume, suave, delicado.
Veo que has sido obediente, —le dijo, mientras acariciaba su sexo depilado.
Primero rozó su clítoris y después, al sentir la humedad, se adentró en su sexo y jugó un rato con él, hasta que comenzó a rozar toda su piel y a pellizcar suavemente sus pezones hasta conseguir que emitiese los primeros y suaves gemidos.
Me encanta escucharte gemir putita. Dime, ¿a qué has venido?
A que me use, a darle placer, a entregarme.
— ¿Deseas que te enseñe, Clara?
Sí..., sí mi Señor, lo deseo… por favor.
¿Por favor qué, Clara?
Por favor, Señor, enséñeme a ser una buena sumisa, a ser su sumisa.
A eso, Clara, se le llama domar, como a una perra. ¿Deseas que te dome, Clara?
Sí, mi Señor.
Al decir estas palabras Clara enrojeció, sintió todo su cuerpo abierto, se sintió completamente humillada y excitada.
Sabes que serás azotada, ¿verdad, Clara? Que cada parte de tu cuerpo será mío y que te castigaré y te premiaré según lo crea conveniente…
Lo sé, Señor, lo entiendo, y espero que no tenga que castigarme.
No, Clara, estoy seguro de que tendré que castigarte y disfrutaré tanto de hacerlo y de corregirte como de follarte. Eres como una madera que necesita ser tallada, y la talla a veces necesita delicadeza y a menudo golpes secos y violentos.
Hubo una pausa mientras él daba vueltas lentamente alrededor de Clara.
Pon tu pecho sobre esa mesa, Clara.
Ella avanzó unos pasos y se puso delante de la mesa, apoyó su pecho y su vientre sobre ella, volviendo a poner sus manos cruzadas a la altura de los riñones.
Las piernas más abiertas.
Ella abrió las piernas tanto como pudo, sintiéndose ofrecida, deseando que él tomase posesión de su coño.
Fue entonces cuando comenzaron los azotes, primero con la mano, fuertes y espaciados, mientras le explicaba que quería que notase, entre azote y azote, el arder de su piel, y que quería que al sentirlo ofreciese aún más las nalgas a esos azotes. Hizo que ella contara en voz alta, uno a uno, los azotes y que se los agradeciera a continuación, también uno a uno. Luego los azotes fueron más seguidos que con la mano, con una pala de cuero ancha, dura y flexible, y los agradecimientos y los gemidos se confundían con el sonido de los azotes y con la voz de su Amo que le ordenaba y le exigía que levantase el culo para él.
Al final notó las manos de su Dueño que acariciaron sus nalgas enrojecidas, marcadas por la pala, mientras le decía lo mucho que le gustaba ver esa piel y ese coño encharcado.
Porque sí, perra, tu coño de niña buena chorrea y pide polla, ¿no notas como entran mis dedos en él? Sí, creo que podría meterte la mano entera y follarte con ella.
Clara no podía hablar, solo podía sentir. Lo que sentía era más de lo que nunca había esperado. Aquella voz la dominaba, su cuerpo estaba atado a la mesa sin ligaduras, solo con la voluntad y las palabras de aquel hombre que abría su coño y jugaba con los dedos en ese culo que pocas veces había sido follado.
Por favor…
¿Por favor qué, Clara?
Por favor Señor, fólleme, llene mi coño.
Sabes, Clara, —le dijo mientras pellizcaba su clítoris— te voy a enseñar a recitar, y no vas a parar de recitar tu mantra, y mientras lo hagas puede que te folle. Y ahora, repite conmigo: “Soy su perra, soy su puta, soy su zorra, soy su esclava, soy su coño encharcado…”
Mientras ella recitaba esas palabras, una y otra vez, con esfuerzo, entre jadeos, notó por vez primera como la polla de su Dueño la penetraba despacio y empezaba a moverse dentro de su coño. Él estuvo así, follándola lentamente, durante un buen rato. Entonces Clara se sorprendió a si misma diciendo:
Fólleme para su placer Señor, pase de mí, fólleme con fuerza.
Él la hizo callar con un azote en las nalgas.
¿De verdad crees que no lo estoy haciendo, zorra? Yo decido cómo te follo, yo decido cuándo te follo, y creo recordar que no te he dado orden de dejar de recitar.
Siguió follándola, a veces despacio, a veces de forma violenta, hasta que estalló dentro de ella, y la llenó de semen mientras disfrutaba de los gemidos de Clara.
Entonces hizo que se diese la vuelta y que se arrodillase para lamer y limpiar su polla, puso un collar en su cuello y la hizo incorporarse tirando de la argolla del collar hasta situarla al lado de una silla. Levantó el asiento de la silla. Era una de esas sillas que se utilizaban antiguamente para que las mujeres pariesen sentadas. En el asiento había un espacio abierto que, evidentemente, él pensaba utilizar para otros objetivos diferentes del de su diseño original. Hizo que Clara se sentase en la silla, con su coño sobre aquel agujero, ató sus pies a los pies de la silla y sus manos a los reposabrazos. Entonces le colocó unas ventosas en los pezones y la hizo gemir, mientras miraba sus pechos y notaba como esas ventosas comenzaban a vibrar y succionaban sus pezones. Después adornó los labios de su coño con unas pinzas y colgó de ellas unas pequeñas pesas que, a pesar de su reducido tamaño, bastaban para estirarlos y dejar a la vista su clítoris hinchado y excitado. Luego puso otra ventosa en su clítoris y encendió el botón que la hacía vibrar.
Ella gemía, estaba caliente, descontrolada, sentía que podría correrse en cualquier momento. Él la miraba y disfrutaba de lo que veía. Entonces sonrió y colocó en la boca de Clara una mordaza con una bola de goma, de las que se atan con unas cintas de cuero en la nuca. Luego, mientras ella respiraba a través de aquella bola, y dejaba caer pequeños surcos de saliva sobre sus pechos, le habló despacio.
Hay algo, Clara, que tienes que aprender. Tu placer es mío, tú te corres cuando y como yo digo. Sé que deseas correrte así atada, pero no lo vas a hacer, vas a aguantar todo lo que puedas, y cuando no puedas más vas a gemir bien alto y vas a mover esos pechos para mí. Entonces yo decidiré si te concedo o no tener placer.
Fue entonces cuando alzó la vista y levantó la voz:
Rosa, deja de mirar por ese agujero y baja aquí.
Recuerdo lo caliente que estaba yo mientras bajaba las escaleras, vestida con un vestido muy corto, sin ropa interior, con unos zapatos de tacón bien alto. Mi pelo cobrizo recogido en una cola. Me puse al lado del Señor, con la cabeza baja y las manos en la espalda y esperé.
¿Te gusta lo que ves, Rosa?
Me encanta Señor, es una mujer muy hermosa.
Clara no me quitaba los ojos de encima mientras el Señor acariciaba mis nalgas, desnudas bajo el vestido. En aquel momento le daba lo mismo cualquier cosa, solo intentaba controlarse y no estallar sin permiso. Era algo extraño, deseaba explotar, sentir el orgasmo, pero al mismo tiempo le aterraba la idea de decepcionarle. Entonces sintió que no podía más y gimió fuerte, haciendo caer más saliva sobre sus pechos, que movía con fuerza notando los pezones succionados.
Rosa, quítale las ventosas. Primero la del clítoris.
Él observaba atentamente cada uno de mis gestos.
Así, pero no lo toques. Ahora quita la de los pezones y lámelos y mordisquéalos. ¿No ves cómo le gusta? Juega con ellos.
Clara gemía a través de la mordaza mientras sentía como la sangre volvía a sus pezones y como mis labios y mis dientes jugaban con ellos.…
Quítale la mordaza. Limpia su cara con tu lengua. Bésala.
El Señor seguía observando a Clara, mientras yo le quitaba la mordaza y la besaba lentamente.
¿Estas caliente, Clara?
Sí..., mi Señor…
Rosa creo que Clara se merece unas lamiditas en su clítoris pero cuidado, que no se corra.
Entonces yo me puse a cuatro patas, me incliné hasta meter la cabeza debajo de la silla y empecé a lamer aquel clítoris que la ventosa había dejado increíblemente grande y sensible.
Y ahora Clara, tienes que aprender una lección y es la humildad. Rosa te va a lamer mientras yo diga y después parará de hacerlo y te vas a quedar ahí atada, sin correrte, el tiempo que yo desee. Te vas a convertir en parte del decorado, como la mesa, como un armario. Y…, Clara, cuidado con manchar mucho el suelo con lo que está cayendo de ese coño, porque después vas a tener que limpiarlo con tu lengua.
Clara gemía, todo su cuerpo estaba descontrolado y cada vez que le resultaba imposible evitar los espasmos de su vientre.
Basta ya, Rosa, ¡de rodillas!
Me puse de rodillas, con las piernas abiertas y las manos colocadas detrás de la nuca, exactamente como le gustaba verme a mi Señor, como él quería que me viera Clara.
Él se acercó a Clara, acarició su clítoris, la hizo gemir, la besó y le dijo:
Ahora mi putita va a ser una niña buena y se va a quedar aquí, va a pensar en todo lo que le ha pasado y va a mantener ese coño mojado para mí. Lo has hecho muy bien y estoy orgulloso de ti, pero Rosa ha sido muy buena y se merece también un premio, así que voy a usarla un poco mientras esperas.
Clara no dijo nada, sentía una profunda humillación al ver como él se marchaba al piso de arriba conmigo, pero al mismo tiempo sentía una entrega como la que nunca había sentido. Respiró profundamente, mientras sentía como se movían las pinzas, balanceándose con los pesos que colgaban de los labios de su coño. Se concentró en sentir el temblor de reloj acelerado de su clítoris, el dolor placentero de sus pezones, y pensó que iba a ser un día muy largo, pero que sucediese lo que sucediese no importaba nada. Estaba donde siempre había deseado estar.
Alba acariciaba su clítoris mientras leía estabas últimas palabras. Dejó la carta dentro de la mesita de noche y empezó a pellizcar sus pezones y su clítoris al imaginar lo que se sentiría al estar como aquella mujer. Se masturbó, lentamente primero y con más fuerza después, pero cuando estuvo a punto de correrse apartó la mano de su coño. Sintió la frustración de ese orgasmo impedido, pero al mismo tiempo se percato de lo caliente que estaba. Fue entonces cuando decidió que esa noche no se correría. Se echó boca abajo en la cama, desnuda, frotó sus pechos y su coño contra la cama e imaginó que no podía tener placer porque al Señor no le apetecía que lo tuviese, y entonces decidió que solo se correría cuando Clara lo hiciese en otra carta.
Tardó mucho tiempo en dormirse, pero cuando lo hizo era plenamente consciente de que al día siguiente amanecería encharcada y caliente.

sábado, 19 de mayo de 2012

Aprende


Ella aprende la espera, el silencio, la reflexión... y aprende esas cosas a través de ellas mismas. Las siente como un regalo que se le hace y como un regalo que ella le hace a su Señor. Siente las enseñanzas como un regalo y a la vez le regala su aprendizaje. Quizá siempre debería ser así, quizá esa sea la esencia de la educación.
Sé que muchas veces siente impaciencia, inseguridad, que algo dentro de ella necesita una palabra, un gesto, algo que le indique que lo esta haciendo bien, que cada vez soy más como yo deseo que sea, que realmente es más ella misma y más mía con cada día que pasa. Pero mientras siente esa inseguridad y esa impaciencia está aprendiendo la espera, la paciencia.

viernes, 18 de mayo de 2012

Ella siente


Ella siente la necesidad de entregarse a su Señor, una confianza ciega en él, un morirse de ganas de ser como él quiere que sea, de complacerle y de darle placer. El mejor regalo es el escucharle decir que está contento con ella, hacerle sentir que valora su entrega y que eso le complace.
Y eso a veces le da miedo... por una parte quiere llegar a ser la mejor perra del mundo para él, y por otra parte no quiere que llegue ese día, quizá porque posiblemente, como en tantas otras cosas en la vida, lo que importa no es llegar, sino el camino que se hace hasta llegar

jueves, 17 de mayo de 2012

Al principio


Al principio los sentimientos son más intensos. Es el momento de las dudas. ¿Por qué me gusta esto? ¿Soy normal? ¿Es normal que me gusten que te aten y me azoten? ¿Por qué me excita que me hable así?
Es el tiempo de la timidez y de la vergüenza, pero también es el tiempo del deseo más intenso, el momento de la primera entrega, el deseo de los primeros azotes, el deseo de ser usada como le plazca.
Es el tiempo de descubrir la deliciosa sensación de la mezcla del placer y del dolor. Y también es el momento de gozar, de sentir la entrega, de notar el poder del Amo sobre ti, de desear que esas cuerdas se aten con más fuerza.
Es el tiempo de notar que cada día él conoce cada vez más su cuerpo y su mente, que cada vez sabe provocar con más intensidad las reacciones que quiere y le resulta más fácil llevarla donde quiere.
Es el tiempo de entender y asimilar que es esas cosas que hacen que sienta vergüenza a él le dan placer y que eso hace que la vergüenza no sólo sea soportable sino que encima se convierta en excitación.
Es el tiempo de aceptar que no puede volver a hacer determinadas cosas sin permiso, de disfrutar de tener ganas de hacerlas y excitarse y sentirse bien al saber que no las hace por que no tiene permiso.
Es el tiempo de saber que puede ser castigada y que si lo es será porque él lo considera adecuado y aceptarlo porque así debe ser.
Es el momento de las maravillosas contradicciones. Es el tiempo de dejarse llevar, de confiar y disfrutar de ser suya.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Placer



Uno de los placeres de la Dominación es deleitarse con la excitación de la sumisa. Llevarla, poco a poco, sin prisas, hasta ese punto en el que no piensa nada más que en el placer, que no desea más que ser usada sin contemplaciones, que vendada busca con ansia la piel de su Dueño. En esos momentos ver como se mueve con dificultad, como jadea y escuchar como gime, cuando halla lo que busca, es un juego delicioso. En esos momentos el Dominante usa la mente de su sumisa, la lleva a un punto en el que su deseo animal sobrepasa la humillación, la vergüenza y se convierte en orgullo de ser sumisa, en deseo de entregarse y dar más placer, de sentirse aún más en la mano de su Señor.

Dos



Dos cuerpos en su imperfección perfectos, dos mujeres reales, no cuerpos famélicos ni portadas de revistas, dos sumisas, dos seres que se entregan y esperan humilladas unas manos que azotan y acarician. Dos sexos empapados que desean ser usados. Dos mentes que sienten la espera, mientras escuchan la respiración de la otra. Dos mujeres que se conocen o quizás no; dos cabezas ocultas con sus ojos vendados: no se les permite conocer, solo sentir y ser la puta de su Señor.

martes, 15 de mayo de 2012

Ser



            —Has nacido para servirme —le dije mirando sus ojos inquietos.
            Una frase rotunda, absurda en cualquier otra situación, pero que cobró sentido en la entrega que vi en su mirada.
            —Cada hombre que has tenido, cada polla que te ha follado, cada mano que te azotaba te preparaban para mi, porque siempre has sido mía. Eras mía cuando me buscabas sin conocerme, eras mía, también, cuando no sabías lo que eras y para lo que habías nacido.
            Las frases penetraron en su mente, su cara se excitó, sus ojos azorados se inclinaron, su respiración se aceleraba.
            —¿Qué eres? Recita para mí —le dije mientras pellizcaba con fuerza sus pezones.
            —Soy su perra, soy su puta, soy su zorra, soy su esclava —repetía ella como un mantra, una y otra vez.
            —A tu posición —le dije, mientras disfrutaba de ver como me ofrecía sus nalgas y su sexo.
—Soy su perra, soy su puta, soy su zorra, he nacido para servirle —repetía ella, sin parar, mientras la usaba…

lunes, 14 de mayo de 2012

Paciente espera



Atada, delante de mí, como una estatua griega, un escorzo forzado, inmóvil como un armario, como una mesa, ella es parte del mobiliario y paciente espera. Paciente anhela el rozar de una mano, una palabra, una orden, inmóvil, tensa y tranquila, ella espera.
Sabe que disfruto de estar presente y  de marcharme, de que sienta mi ausencia. Sabe el placer que me da ignorarla y el que me da quemar su piel con mi mirada.
Su excitación es pausada, como lo es su entrega. No puede hablar, no puede moverse, ella es solo un juguete que paciente espera.

domingo, 13 de mayo de 2012

Vergüenza

Si hay algo delicioso en una sumisa es la vergüenza. Por muchos años que pasen notar esa sensación de sonrojo en una situación mil veces vivida. Sentir el deseo de obedecer, de ofrecerse, de ser usada y al mismo tiempo notar la humillación y la vergüenza.
Verla así, excitada, empapada sin querer y sin poder evitarlo, con el rubor en su cara y el deseo de sentir más, es un placer difícil de explicar con palabras. Ese rubor es una pequeña joya que me produce un placer tan intenso que me gustaría que ese instante se mantuviese durante horas. Un profundo placer que se que es compartido, una dulce contradicción que ella creó sola y que me gusta cultivar y hacer crecer cada día. Me gusta sembrar ideas y sensaciones en su mente y mantenerlas vivas, para disfrutarlas solos o para compartirlas, haciendo que su vergüenza y nuestro placer sean mayores, como lo es su entrega cada día.

sábado, 12 de mayo de 2012

Opinión de una lectora

Os dejo con las palabras de una lectora a la que tengo que agradecer su amabilidad por darme su opinión sobre la novela Caminos de sumisión.

"Este libro demuestra el verdadero espíritu de una sumisa, cuando empecé a leerlo no pude dejar para después el final, estuve 5 horas seguidas en mi ordenador leyendo esta historia que le surge a Alba de la nada… (protagonista principal del libro) creo…… Es un libro que cuando acabas de leerlo te das cuenta que el escritor se ha preocupado en no dejar cabos sueltos….. es una obra completa….
Yo os animo a todos/as. a que leáis este libro porque mas que digno de comentar es digno de leer….
No se si este autor es mucho o poco conocido, en cualquier caso, es el primer libro de esta temática que al leerlo me ha excitado cerebralmente…….. Felicidades a su Autor…..
Atenta y respetuosamente, moly An"

Muchas gracias moly An. No sabes la alegría que me da el saber que la novela te haya gustado.

Dentro de su mente



Considero que para educar a su sumisa el Amo tiene que conocerla de forma tan íntima cuanto sea humanamente posible. Conocer sus recuerdos, sus deseos, saber lo que piensa, lo que teme. Ese conocimiento es la base para poder saber el ritmo con que educarla y poder estirar de la cuerda y tensarla sin que se rompa. Solo conociéndola así disfruto plenamente de su educación y de cada íntimo momento por pequeño que sea.
Pero muchas veces me gustaría lo imposible, me gustaría estar dentro de ella mientras la uso, saber lo que siente en ese mismo momento en el que la penetro y noto su humedad, saber lo que siente mientras juego con ella, mientras la azoto, mientras simplemente espera a que le de una orden o mientras está absolutamente excitada y lo único que existe para ella son su excitación y mis palabras.
Se que es imposible, pero creo que sería delicioso poder notar cada uno de sus sentimientos y poder así guiarla aún más y tirar aún más de ella.
Se que es imposible, pero no renuncio a acercarme a la perfección. Por eso quiero conocerla cada día más para disfrutar de domarla para mi placer.

viernes, 11 de mayo de 2012

Recuerdo



Hoy el sol entra en casa con fuerza. Por alguna razón ha venido a mi mente una imagen, un recuerdo de un viejo apartamento. Yo estaba sentado delante del ordenador, ella estaba desnuda, echada en el suelo, boca abajo a mis pies, esperando a que acabase con lo que estaba haciendo o a que le diese una orden. El sol entraba por la cristalera y calentaba su piel. Hacía poco que la había tenido en la terraza, a cuatro patas, al sol, oculta en realidad de cualquier mirada, pero expuesta e indefensa dentro de su mente. 
Después la hice entrar gateando detrás de mi en la habitación.

—Échate boca abajo, sobre las baldosas —le dije

Mientras miraba la pantalla sabía que su piel se refrescaba con las baldosas y que su interior se incendiaba cada vez más, humillada así ante mí, que deseaba que tirase de ella y la usase para mí placer.
Recuerdo que en ese momento decidí, que me apetecía mucho azotarla y follarla, pero que me apetecía mucho más salir a tomar un café a algún sitio bonito y llevarla a mi lado, atada debajo de la ropa, sintiendo el apretar de una cuerda en su sexo, metiéndose en sus nalgas. Vestida por fuera como una dama y sintiéndose mi puta por dentro.
Hoy el sol entra en casa en este atardecer y con él ha traído un viejo recuerdo.

jueves, 10 de mayo de 2012

Cuerpo y mente


Decido que quiero que se prepare para mí. Sería fácil decirle que se desnudase y que adoptase su posición, pero no es ese mi objetivo. Quiero que piense, quiero que sienta cada instante de su preparación. Las órdenes son sencillas, darse un baño, peinarse y maquillarse para mí. Después esperar a que yo llegue. No me apetece estar en casa mientras se prepara, prefiero ir a tomar algo mientras leo el periódico o observo como las olas llegan de forma casi imperceptible a la playa.
Se que se está relajando dentro del agua caliente, pero también se que su mente no está quieta, pensando en como prepararse. Se que cuando salga del baño se dará cuenta de que su sexo está empapado y notará su excitación mayor mientras se prepara.
Disfruto de beber esta cerveza, rodeado de gente y aislado en esta burbuja interior en la que paladeo los minutos sabiendo lo que me voy a encontrar al entrar en casa. Dejo que pase el tiempo. Sé que ya está preparada, pero quiero que se ponga más nerviosa y más excitada. Cuando acabo la bebida me levanto, voy despacio camino de casa y disfruto de imaginarla, peinada como si fuese a una cena y con un delicioso toque gótico en forma de pintura de labios y de ojos de color negro. Me gusta ver sus pezones también negros, como puntos que se ofrecen a mis deseos.
Por fin abro la puerta, ella está de pie, con las manos en la espalda. Me quedo contemplando su figura. Lleva zapatos de tacón y medias negras. Su pubis está perfectamente rasurado. El corsé, también negro, deja ver sus pechos y sus pezones oscurecidos por el maquillaje. Entre sus piernas puedo ver como cuelga su cola de perra que pende del plug que ha metido en su culo. Cuando me acerco noto como tiembla ligeramente y como ese temblor es mayor cuando mi dedo roza su costado. Su cabeza inclinada deja caer entre sus pechos las tiras de cuero del gato que aprisiona con sus dientes.
Su coño está hinchado y excitado, húmedo y caliente. La espera ha merecido la pena, su cuerpo está preparado y ansioso, su mente esta abierta, expectante y encharcada.
Tomo el gato en mis manos y dejo que su lengua lama mi piel. Es hora de decorar su cuerpo con las deliciosas marcas de los azotes. Rojo y negro. Mi perra está preparada. Cuerpo y mente.

Reseña de Caminos de sumisión

"Un libro ameno, muy interesante, incluso para personas que se encuentren en los inicios de "este maravilloso mundo". Una buena novela que describe muy bien los sentimientos y deseos dentro del D/s.
Muy recomendable. Se vende en formato e-book a un precio muy económico"

miércoles, 9 de mayo de 2012

Castigo y placer



La azoto, fuerte, la fusta marca sus nalgas, su cuerpo recostado con los pechos sobre la mesa se mueve ligeramente con cada azote. Hoy no es un juego, hoy es un castigo, ella sabe que tiene que ser castigada, lo teme y lo desea. Se que le excita sentir mi poder sobre ella y se también que desear expiar su error. Los azotes son secos, rápidos, interminables,  no quiero que disfrute, hoy quiero ver sus lágrimas cayendo por su cara y admirar sus nalgas calientes y marcadas. Su cuerpo se estremece, gime y llora.
Paro de azotarla, mis manos disfrutan de rozar las marcas sobre su piel. Hago que se levante, le explico lentamente en que se ha equivocado, le duele más la reprimenda de unas palabras suaves y firmes, como las que se le dicen a un niño al que se le ha pillado en un renuncio, que los azotes recibidos. Se que está humillada por las palabras, avergonzada por su error, no me hace falta meter mi mano entre sus piernas para saber que está empapada. El castigo no puede existir sin explicación y sin comprensión por parte del castigado. Mis manos pellizcan sus pezones con fuerza mientras se disculpa y me dice que no volverá a pasar. Se que siente cada palabra que pronuncia.
Sonrío, ahora todo vuelve a su cauce, levanto su barbilla con la mano y nuestras miradas se cruzan. Puedo ver la adoración en sus ojos y mientras juego con mis dedos en su clítoris tembloroso, le digo:

—Ahora vamos a disfrutar los dos ¿Qué tal unos azotes?

Ella sonríe, conozco esa cara de perra en celo. Se coloca de nuevo sobre la mesa y ofrece una vez más sus nalgas a mis caprichos.

martes, 8 de mayo de 2012

Dulce humillación



Me encanta esta foto por lo que imagino a verla. Me encanta cuando una sumisa está excitada y descontrolada. En ese momento me gusta hacer que hable cuando más le cuesta hacerlo. Me gusta que me diga como se siente, que me diga lo que es. No por que yo no lo sepa, si no porque deseo que se excite y se humille más al decirlo, por que deseo tenerla aún más excitada, hasta que ya casi no pueda hablar. Entonces, cuando piensa que no puede más, cuando cree que es incapaz de pronunciar una sola palabra, me gusta tirar aún más de la cuerda y hacer que hable de nuevo mientras juego con su cuerpo. Conseguir que se concentre en sus palabras y en las mías,  en su excitación, en controlarse, y cuando ya está a punto, en el momento en el que yo desee preguntarle si desea correrse.

—Yo deseo lo que desee mi Señor  —me responde.
—Entonces frótate contra lo que quieras hasta que estés a punto de correrte, solo así te correrás.

Me encanta ver su cara de placer y de humillación mientras se frota delante de mi. Veo como cada vez está más excitada.

—Por favor…
—Por favor, que?
—¿Por favor, Señor, deja que esta perra se corra?

Ese instante, ese delicioso instante, unos segundos apenas de espera mientras decido, esa deliciosa humillación que veo en su cara inclinada mientras gime.

—Córrete para mí.

Y entonces la explosión, la humillación que deja paso al placer y después a la dulce vergüenza de haberse corrido frotándose delante de su Dueño.


lunes, 7 de mayo de 2012

Responsabilidad


Cuando la sumisa está tan entregada que siente la necesidad de estarlo aún más, llega un momento en el que está dispuesta a hacer todo lo que sea por complacer a su Dueño. Llega ese momento en el que aunque a ella le da miedo desear ofrecerle todas esas cosas que le dan miedo, su deseo de entrega y de sentir que él tira de la correa con más fuerza, es aún mayor que ese temor.
Es un momento en el que el Dominante tiene que ser consciente de su responsabilidad y pensar hasta que punto está ella o no preparada para dar ese paso y hacer todas esas cosas que le dan miedo. Es justo en ese momento en el que el Dominante tiene que controlar su deseo de verla aún más entregada y pensar en las consecuencias que puede tener, para la educación de su sumisa, el dejarse llevar sin reflexionar antes y usarla sin más para satisfacer un deseo fugaz.
Al fin y al cabo es normal que ella desee sentir que su Amo le exige más, pero el simple hecho de que ella desee ir aún más lejos es algo que el Amo tiene que saber disfrutar y saborear, siendo consciente de que cuando él lo quiera ella estará preparada.



domingo, 6 de mayo de 2012

Control


Nunca he entendido la necesidad de controlar cada minuto de la vida de una sumisa. Entiendo que para otros eso sea lo adecuado pero no lo comparto. Más que un control explicito prefiero un control que esté siempre subyacente y que se manifieste en el momento en el que yo lo desee.
No necesito que la sumisa me muestre a todas horas y en todos los momentos lo que es, sé perfectamente lo que es, y tampoco necesito que me recuerde en todo momento quién soy y lo que soy.
Prefiero que el control sobre la sumisa esté siempre presente pero no necesariamente visible, esperando a que yo decida y convierta entonces una situación normal en otra especial, sin mediar más que un gesto, una mirada, una palabra, una orden.
Puede ser encontrarla haciendo cualquier cosa y sin más hacer que se ponga a cuatro patas o inclinada en una mesa o de la forma que yo desee y azotarla o follarla sin más y dejarla después así, esperando a que le diga que puede volver a hacer lo que estaba haciendo, como si nada hubiese pasado cuando en realidad ha pasado todo.
Es ese cambio entre una situación cotidiana y otra diferente la que me agrada especialmente, que ella no sepa cuando va a pasar, pero que sepa que en ese momento pasará si yo lo deseo.
Por eso me gusta tener el control sobre su placer, que no pueda tocarse o tenerlo sin permiso, que sea consciente de ello y que cuando lo recuerde, en ese pequeño instante, sienta la excitación de la entrega que ha hecho. Tenerla excitada, usarla y jugar con ella sin que sepa que va a ocurrir o si voy o no a permitir que tenga placer ese día. Que disfrute tanto de estar así que no sepa si le excita más el que le diga que se corra o que el le diga que acabo de decidir que no se va a correr en muchos días.
Es ese juego de mentes el que me parece especialmente atractivo e interesante.

Devoción


A veces las imágenes, los actos más simples son los que nos muestran con más intensidad un sentimiento. En esas situaciones toda parafernalia pierde su sentido y la entrega cobra toda su realidad. La humillación de besar unos pies se convierte entonces en la devoción por mostrar la entrega a su Dueño, en la espera paciente, con los ojos cerrados, adorando esa piel, a que él haga su voluntad o a que simplemente disfrute de ver ese cuerpo desnudo a sus pies.

sábado, 5 de mayo de 2012

III capítulo del Libro Caminos de Sumisión


Alba llegó al final de la mañana, entró por la puerta de atrás, dejó las bolsas con la compra en la cocina y puso las cartas sobre una bandeja. No pudo evitar examinar los sobres y buscar en ellos aquella letra de mujer. Después fue al piso de arriba a ponerse su uniforme e inmediatamente bajó a buscar la bandeja y llevársela al señor.
Él estaba pensativo y miraba el fuego mientras acariciaba una bola de madera de olivo, pulida y brillante por el pasar de los dedos y de los años.
—Disculpe, señor, tiene aquí la correspondencia.
—Gracias Alba, puede dejarla en la mesita, la miraré después de comer.
—La comida estará dentro de media hora ¿Quiere que la sirva aquí o prefiere comer en la sala pequeña?
—Sírvala en la sala pequeña,  allí hay más luz y me apetece ver el jardín.
—De acuerdo, señor, abriré entonces las cortinas.
—Ah, Alba —dijo el señor mientras ella se dirigía a la puerta, —después de recoger la mesa puede tomarse la tarde libre. Estaré ocupado en el taller y no necesitaré nada.
—Se lo agradezco, señor, es muy amable.
Mientras preparaba la comida, Alba pensaba en las cartas. El señor estaría toda la tarde en un pequeño edificio situado junto a la casa, una antigua cuadra que él había reconvertido en una pequeña carpintería donde tallaba madera y restauraba viejos muebles. Ese pensamiento le hizo recordar sus manos, firmes y duras, mientras manejaba las gubias y los formones, y tallaba y hacía formas sobre la madera y, fugazmente, imaginó como sería sentir esas manos sobre su cuerpo. Sacudió entonces levemente la cabeza y dijo para sí misma en voz baja:
—No seas idiota, Alba, no seas idiota.
Media hora más tarde ella preparaba la mesa. Él llegó cuando ya estaba casi todo puesto y le dijo:
—Yo abriré el vino, debe estar hambrienta. Vaya a comer y ya recogerá la mesa más tarde.
— ¿No va a desear tomar café?
—Hoy no, Alba, esté tranquila, haga lo que más le apetezca y disfrute de la tarde.
Mientras se marchaba a comer iba dando vueltas a aquella última frase y a la expresión de su cara. ¿Había visto una sonrisa extraña en su boca? ¿Sabría algo de las cartas? No, era imposible. Te estas volviendo paranoica Alba, pensó, tranquila, tú disfruta de la tarde. Y al decir estas últimas palabras sonrió y volvió a pensar en las cartas.
Después de comer fue a recoger la mesa y poner los platos en el lavavajillas. Él ya había salido y desde la ventana se veía la puerta entreabierta de la carpintería, donde estaría toda la tarde. Entonces subió las escaleras con pasos cortos y rápidos, como con miedo de que él la escuchase desde la carpintería, un miedo irracional porque, por supuesto, sabía perfectamente que eso no era posible.
Se acomodó en el suelo, cerca de la pequeña ventana que daba al patio, desde donde podría escuchar en cualquier momento el ruido de la vieja cerradura de la carpintería, y, allí recostada, comenzó a leer la primera carta que vio. La misma que el día anterior había traído tantos recuerdos al señor.
Las letras eran apresuradas y nerviosas, como si aquella mujer aún estuviese temblando, como si aún estuviese sintiendo todo lo que describía y le contaba, como si fuese un diario, a su Señor.
Tiemblo, siento mi cuerpo tan intensamente que apenas puedo pensar en nada que no sean esas sensaciones inmediatas... pero intento ordenar mis ideas, rehacer la secuencia de azotes y caricias en silencio mientras noto como él se mueve por la habitación. Todo ha empezado hace un rato, cuando me ha atado del techo y me ha enseñado un precioso corsé negro que me ha puesto, apretando bien las cintas que lo ataban a mi espalda. El corsé dejaba mis pechos al descubierto, irguiéndolos, y cubría todo mi vientre por la parte delantera, por detrás llegaba hasta la cintura, dejando mis riñones y mis nalgas al descubierto. No me ha dejado verme en el espejo de cuerpo entero que hay delante de mí. Me ha vendado los ojos con un pañuelo de seda negro, así que he tenido que imaginarme a mí misma vestida así para mi Señor con mis manos atadas por las muñequeras que cuelgan de las vigas del techo.
Enseguida ha empezado a azotarme con una pala. Yo me concentraba en esa imagen mental, pensaba en mí, vestida y abierta para mi Señor, en mi culo enrojeciendo bajo esa pala, en sus manos que acariciaban y retorcían mis pezones... deseaba verme desde fuera, verme con sus ojos, sentir lo que sentía usted, mi Señor, al ver a su perrita ofrecida.
He notado como se abrían las cintas del corsé, lo he sentido caer al suelo, deslizándose por mis muslos. Por un momento he pensado que me desataría, pero enseguida he sentido sus manos por todo mi cuerpo, sus manos llenas de aceite, que acariciaban, exploraban, presionaban. He sentido crecer aún más mi excitación, notaba como todo mi cuerpo se abría para él, como mis sentidos se concentraban en cada pequeña sensación, como mi sexo se abría y se empapaba por y para mi Dueño. Me notaba temblar y sentía mis pezones duros y erguidos, mientras esperaba, anticipándome a lo que vendría después, aun sin saber qué sería ni cuánto duraría, y me humillaba al pedirle, una y otra vez, que me usase y me follase.
Su voz, que penetraba mi cabeza y follaba mi mente y mi sexo, dejando claro quien manda. Mi voz que le ofrecía mi entrega, ronca, casi sin poder hablar en medio de los jadeos, y le decía que era su puta.
Me ordenó que levantara el culo para él y en lugar de una caricia o de un azote en mis nalgas he sentido como unas pinzas aprisionaban mis pezones. Dolor, esas pinzas asesinas que odio y deseo. Placer, mi coño que chorrea sobre un plato. Vergüenza, dolor, por Dios, que tire de esas pinzas…
Y enseguida, los azotes de sus manos en mi culo, en mis nalgas, luego la fusta, la pala otra vez. No he podido reprimir un gemido. Ha puesto la fusta en mi boca, no sé si para callarme o porque le complacía verme así, mientras sostenía con cuidado en la boca esa fusta con la que después quizá decida castigarme, o si simplemente quería poner en mi mente esa idea... Sus manos, otra vez, jugando con mi clítoris, con mi sexo, con mi culo, acariciando, comprobando su humedad, haciendo que sintiera que le pertenecen, que toda yo soy suya.
Una breve pausa, siento como se aleja de mí, me siento observada, temblorosa aún. Sus manos ya no me tocan, pero perdura la caricia de su mente, la de sus ojos. En ese momento soy espera y temblor, soy suya.
Quita las pinzas de mis pezones, siento como la sangre vuelve a ellos, ahogo un gemido, y otro, cuando noto como las pinzas con pesos tiran de los labios de mi sexo. Siento la caricia suave del gato de nueve colas y sé que aún no ha acabado todo, que va a exigirme más, y me siento feliz y temerosa... feliz de poder darle aún más, temerosa de fallarle, de no estar a la altura de lo que espera de mí. Deseo más que nunca que me sienta suya, que sienta mi entrega profundamente, tal y como yo la siento.
Los azotes y las caricias se suceden, de vez en cuando me susurra al oído, me tranquiliza, pero mi mente está sumida en un torbellino de sensaciones, mientras mi cuerpo se ofrece a sus manos, a sus ojos, a su mente... Me pide la fusta que tengo en la boca y en su lugar pone el gato, pero yo sigo en medio de ese torbellino. Cada caricia y cada azote son un recordatorio de lo único que de verdad importa, de mi entrega, de mi voluntad de pertenecerle. La fusta en mi coño mojado, mi Señor me exige, me tensa, hace que esté apunto de correrme. Quita los pesos de mi sexo, lo azota suavemente, lo acaricia con la fusta, libera mi boca del gato y me acaricia una vez más. Y yo tiemblo y siento, y me siento temblar.
Otra pausa, me siento observada una vez más. Se acerca a mí y me besa. Siento deseos de ofrecerme una vez más. Me doy cuenta de que estoy llorando cuando noto como bebe mis lágrimas mientras me besa. Siento como toda la ternura y el amor por mi Señor explotan dentro de mí con ese gesto y deseo los azotes del gato convertidos en las más dulces caricias. Temo y deseo que siga.
Siento cómo me mira antes de soltarme, sus manos me sostienen y me ayudan a no caer mientras me coloca a su lado en el suelo, a cuatro patas. Me pone la correa y el collar. Los azotes de un gato caen sobre mi clítoris y cada azote viaja por mi cuerpo convulsionado hasta mi mente. Mis nalgas se ofrecen a los azotes y a esas manos que deseo. Nuevamente su voz “Eres mía, y tu Dueño va a follarte para su placer”, su  polla se clava dentro de mí, y me muestra lo abierta y mojada que estoy. Me hace sentirme como su perra, su zorra. Sus palabras nuevamente, me recuerdan que no voy a correrme, que me quiere así. Mi voz ahora le suplica que me deje tocarme para él, ofrecerle mi tortura, mi entrega, y le dice que mi placer es suyo.
Otra vez su voz que exige “Tu Amo va a correrse y quiere que estalles para él. Estalla." Siento como mi mente y mi cuerpo se toman de la mano para obedecerle y me fundo con él en un orgasmo intenso y muy dulce, mientras veo en mi mente su cara, esa cara que he visto tantas veces cuando se corre. Después sus manos tiran de la correa y me llevan a la cama. Noto como se recuesta a mi lado y busco su polla, la lamo lentamente, la limpio y pienso que si mis ojos no estuvieran vendados en ese momento mi Señor podría ver una mirada de adoración en ellos...
La mano de Alba no podía evitar rozar su coño por encima del vestido, sus pechos. Estaba caliente, tanto que no recordaba cuándo había estado tan mojada o si alguna vez había sentido algo así. No lo comprendía, pero tampoco le importaba.
Necesitaba tocarse. Se masturbó con los ojos cerrados, imaginaba que aquella mujer era ella, y mientras lo hacía notaba como sus dedos se deslizaban en su interior, y sentía los latidos de su clítoris, después los espasmos de su vientre y un orgasmo largo y húmedo, inacabable, que la dejó postrada, acurrucada en una esquina y jadeando.
Desde la carpintería, el Señor podía ver en el cristal de la ventana del desván el reflejo del cuerpo de Alba recostado junto a los cristales.
Sonrió mientras acariciaba la tabla de madera de castaño con una gubia y recordó la primera vez que vio a Alba, recién llegada de la ciudad, tímida y nerviosa; una mujer en la treintena, morena, con algún que otro kilo de más bien repartido por todo su cuerpo.
En aquel momento no lo pensó, pero ahora sí que pensaba que era un cuerpo muy azotable. La situación le divertía y le excitaba, pero no quería dar ningún paso en falso, cada cosa a su tiempo.
Alba había iniciado un sendero y los primeros pasos tenía que darlos sola. Llegaría el tiempo en que necesitaría ser guiada, y entonces él estaría allí para educarla. Como a Clara, como la primera vez que ella llegó hasta él, ofrecida y entregada.

Dueño, Señor, Maestro, Tutor, Amo, Dominante


 
Todas estas palabras definen a un hombre. Cada una de esas palabras es un lado de un prisma y dentro de ese prisma está la realidad completa de ese hombre. Cuando miramos por cada uno de los lados de ese prisma vemos una porción de realidad, pero solo cuando todas ellas se junta entonces es cuando aparece en su totalidad la persona en todas sus facetas. 

El Dueño, palabra que viene del latín Dominus, Señor o Dueño, el propietario del esclavo.   

El Señor, del latín Senior, el más viejo o de más edad, pero también el que tiene autoridad, palabra que con el tiempo, en la época medieval adquirió también el contexto de Dueño.

El Maestro, del latín Magister, el que es más, pero también el que más sabe, el más experto en una materia y aquel que tiene el conocimiento para enseñar.

El Tutor, del latín Tutor, el que protege a un menor o a una persona inferior, el que tutela y guía, el que aconseja, cuida y defiende.

El Amo, de que procede la palabra Ama, dueña de una casa, y que alcanza el sentido de
Cabeza de familia, Señor de la casa, Dueño o poseedor.

El Dominante, del latín Dominans, el que domina o sobresale sobre otros.

Por eso en conjunto todas estas palabras juntas definen a ese hombre dentro del prisma, el tiene la propiedad del dominado, el que tiene la autoridad, el conocimiento y la experiencia, el que tutela, protege y enseña, el que guía

Capítulo II del libro Caminos de sumisión

II

El invierno parecía volver con fuerza. Mientras caminaba hacia la casa él miraba las flores en los árboles y pensaba que la helada venía en el peor momento. Llegó congelado. Encendió primero la chimenea y después decidió subir al desván a buscar un jersey de lana. Nunca lo hacía. Hacía tiempo que no subía aquellas escaleras empinadas, pero Alba había ido al pueblo a buscar la correspondencia. El olor de las cosas pasadas penetró en él al dar los primeros pasos para entrar en el desván. Sintió la misma familiaridad de siempre, contempló las vigas de castaño de las que colgaban las argollas de hierro, la mesa baja de la esquina, con el sofá al lado, todo tapado con sábanas blancas, la manta y un viejo cojín junto al baúl del fondo.
¿Qué hacía aquella manta junto al arca? Se acercó con curiosidad. Parecía claro que ella había estado allí en los últimos días. Restos de comida, una botella de agua. Entonces se dio cuenta. Abrió rápidamente el arcón y vio las cartas descolocadas, el estuche roto, el antifaz en una esquina y al leer las líneas que dejaba ver el sobre rasgado de una de las cartas, se quedó pensativo, con los ojos cerrados, y recordó la última vez que había tenido esa fusta en la mano.
Era verano, el calor del estío chocaba contra las paredes, la casa estaba fresca, el desván estaba mas limpio y cuidado; de las argollas de las vigas del techo colgaban cadenas con muñequeras en el extremo que se balanceaban lentamente. Sí, yo estaba sentado en el sillón y contemplaba las motas que flotaban sobre los tenues rayos de sol. Tú estabas detrás, en medio de la habitación, desnuda a excepción de la venda que cubría tus ojos. Tus brazos colgaban, atados por unas muñequeras, de las argollas del techo. Expuesta como un animal, indefensa, temblabas incontroladamente mientras tu sexo chorreaba sobre un plato colocado en el suelo, entre tus piernas abiertas. Tu piel estaba sudorosa, brillante, más caliente y colorada en algunas zonas.
No había pasado mucho tiempo desde que te había vestido, así atada, con un corsé negro que levantaba y dejaba ver tus pechos y tus pezones maquillados de negro como tu boca. Sí, disfruté mientras calentaba esas nalgas con una pala de madera y jugaba de vez en cuando con esos pezones duros. Después, cuando pensabas que todo había acabado, fue el momento de quitar ese corsé y acariciar tu cuerpo, tus pechos, tu nuca, tus nalgas, tu vientre, tus labios, el inicio de tu espalda. Llegó el momento de echar aceite por toda tu piel, hasta dejarla brillante, y de notarte temblorosa y excitada, suplicando que te usase, que te llenase, que hiciese que te corrieras con mis azotes.
Entonces fue cuando decidí parar y mirarte. Disfrutar de verte entregada, abierta, indefensa, sin siquiera la protección de la cama, de pie, con cada milímetro de tu cuerpo a mi disposición. Tu cara, tu boca abierta, tu respiración, no entendían por qué paraba. Tuve que decírtelo.
Me gusta verte así, caliente como una perra. Lo fácil sería jugar más contigo, sé que obtendrías placer de ello pero tu placer no importa ahora, estoy disfrutando de verte, de la misma forma que cuando disfruto de beber a sorbos una buena copa de vino. Eres una puta caliente y ofrecida que desea que la monten, que la usen, pero eso será cuando yo lo desee.
Tú solo susurraste “sí mi Señor, soy su puta”.
Disfruté de ver tu cuerpo y tu voluntad entregados. Entonces te pedí que me ofrecieras tus nalgas y cuando esperabas el dulce quemar del cuero, notaste como tiraba de tus pezones y ponía en ellos unas pinzas de metal unidas por una cadena. Esas pinzas japonesas que tú llamabas, con cierta gracia, las pinzas asesinas.
Entonces, sin que te diera tiempo para nada más que gemir con fuerza, comenzaste a sentir los azotes de mis manos en tus nalgas, la fusta en tus muslos, en tu culo, sacando de tu boca algo que parecían gemidos de placer y aullidos de dolor. Recuerdo que paré entonces para ver el color y las marcas en tu piel, para notar su calor y disfrutar del temblor de tu cuerpo. Mientras tanto la fusta con la que te había castigado estaba ahora en tu boca, dispuesta para que mi mano la empuñase de nuevo en cualquier momento. Mis manos jugaron con tu coño y con tu culo y pellizcaron, haciéndote bramar, tu clítoris.
Sí, nuevamente me senté para verte. No sabías cuanto tiempo duraría todo esto, pero al mismo tiempo deseabas que no acabase nunca. Las pinzas de los pezones desaparecieron entre gemidos. Sentiste entonces como otras pinzas con pesos estiraban los labios de tu coño, haciendo que notases aún más tu humedad. Las finas colas de cuero negro del gato que tanto te asustaba y tanto deseabas acariciaron suavemente tu piel. Los azotes fueron primero suaves en las nalgas que me ofrecías mientras me decías algo con esa boca que mantenía la fusta presa. No importa lo que era, para mí era el idioma de la entrega. Después los azotes cayeron más fuertes, en tus muslos, en tus nalgas, en tu espalda, en tus pechos, mientras sentías los tirones en tus labios, con esos pesos que se balanceaban, acompasados con tu cuerpo.
Dame la fusta.
Tu boca se abrió y mantuvo en equilibrio la fusta hasta que la tomé en mi mano. Entonces empecé a masturbar tu clítoris mientras pasaba el astil de la fusta una y otra vez por tu empapado sexo. Sí, te dije una y otra vez las palabras que te había enseñado a obedecer.
¡Tensa! —Y todo tu cuerpo se tensaba y esperaba que lo usase
¡Encharca! —Y sentías como tu coño se hacía agua y se abría para mí
¡Llega! —Y notabas como tu coño estaba una y otra vez a punto de correrse.
Sabía que no podrías aguantar mucho más en pie, que si soltase de golpe esas muñequeras no podrías evitar caerte. Recuerdo tu olor, tu perfume, el aroma de tu deseo y tu cuerpo caliente cuando el mío se pegó al tuyo después de quitar las pinzas de tu coño dolorido. Una mano mía te sujetaba por la espalda, la otra abría esas muñequeras y tú, mientras tanto, lamías y besabas mi piel. Tu cuerpo agotado y excitado colgaba del mío, dependía de mí, como también lo hacían tu mente y tu coño.
Mis labios bebieron tus lágrimas, te besaron mientras mis brazos te sostenían. Te ayudé a ponerte a cuatro patas a mis pies y coloqué tu collar en tu cuello. Notaste entonces los ligeros azotes de un gato pequeño en tu clítoris y más fuertes después en tu culo. Pensabas que iba a seguir eternamente, pero no era así. Te dije entonces que eras mía, que tu Dueño te iba a follar para su placer.
Disfruté de meter lentamente mi polla en tu coño ardiendo y después te follé con fuerza mientras me dabas las gracias. Yo te decía lo puta que eras, te hacía sufrir diciéndote que, una vez más, no dejaría que te corrieses, que quería tener varias semanas más a una perra bien caliente.
Tú me pedías permiso para poder masturbarte mientras te follaba y me decías que tenía una zorra a punto de explotar. Cuando me di cuenta de que estaba a punto de correrme te ordené que estallases, te hice saber que quería notar en mi polla tus contracciones, que eras mía y que tu placer, tu orgasmo, servía únicamente para que yo disfrutase más de follarte. Fue un orgasmo fuerte, violento, intenso, dulce.
Fue entonces cuando te llevé a la vieja cama con cabeceros de hierro que había en el desván y me recosté a tu lado, mientras tus labios buscaban mi sexo y te acurrucabas, con los ojos aún vendados, para limpiar y chupar mi polla mientras te acariciaba lentamente. 

El sonido de los palomos posándose en el alero de la casa sacó al Señor del ensueño y de sus recuerdos. Sus manos acariciaron una vez mas aquella fusta antes de colocarla en su caja, despidiéndose de ella al rozarla con la punta de los dedos. Se levantó y fue a buscar aquel jersey. Seguía haciendo frío, pero él se sentía quemar por dentro, una sensación que hacía mucho tiempo que no disfrutaba. Mientras bajaba las escaleras se preguntaba qué debería hacer con aquella chica. Decidió que lo pensaría mientras bebía una copa de licor y escuchaba el crepitar de la madera seca en la chimenea.