domingo, 31 de marzo de 2013

Solucionados los problemas con los botones de venta

Los problemas que ha habido en los últimos días en los botones de venta del libro Camino de sumisión están solucionados. Muchas gracias por haber avisado a la editorial del problema.

sábado, 30 de marzo de 2013

Actualización de puntos de venta

En la barra lateral se encuentran los links a las actualizaciones de los puntos de venta de Caminos de sumisión, en formato papel y ebook.
En formato papel el libro puede ser ya encargado en las páginas de librerías de Argentina, Mexico y Colombia, además de librerías de diferentes puntos de España.
En cuanto al ebook, ademas de poder ser encargado en la página de la editorial, en formato pdf o epub con personalización con el nombre del comprador, ya está también disponible en formato kindle en la página de Amazon.com, así como en las páginas de Amazón de España, Inglaterra, Canada y Brasil. Igualmente puede ser adquirido en formato pdf en la página de Lulu.com.

domingo, 24 de marzo de 2013

Recuerdo

La primera vez que la vi ya estaba entregada. Fue ella la que me pidió, casi como una súplica, que la primera vez que mis ojos viesen su cuerpo fuera desnuda, boca abajo sobre la cama, con los ojos vendados. Recuerdo la excitación al levantar el felpudo de una puerta desconocida, después de un largo viaje, y ver la llave que abriría mucho más que una puerta. Mucho más que esa puerta detrás de la que había una casa que olía a incienso y en la que sonaba una leve música. Esa misma casa que exploré tomándome mi tiempo, hasta encontrar su cuarto y verla allí entregada, nerviosa, y notarla temblar como una hoja al sentir mis dedos que rozaban levemente su espalda.

sábado, 23 de marzo de 2013

La privación de los sentidos



Es evidente el efecto que produce la anulación de los sentidos en una sumisa. La venda en los ojos, unos simples tapones en los oídos, el no saber que va a suceder o cuando va a suceder, el tiempo que ha pasado, todo ello contribuye de manera especial a que sienta más, a que sea más consciente, aún si cabe, a su condición.
Sin embargo siempre he creído que esa anulación de uno de los sentidos es también especialmente interesante para un Dominante, en determinadas circunstancias. Intentaré explicarme. Las primeras veces que he hablado con una sumisa por teléfono, antes de conocerla en persona, o incluso después, en los primeros momentos de la relación; el hecho de no ver su cuerpo, la circunstancia de ver disminuida la cantidad de información que llega al cerebro en forma de imágenes y tener que atender simplemente a la información que llega a los oídos, ha hecho que sienta de manera especial a la sumisa. En esos momentos un simple cambio en el tono de su voz al excitarse, un gemido que nace sin poder ser contenido, el temblor en su voz ante lo inesperado o ante la humillación, se convierten entonces en un placer especial que no hubiera sido posible con la distracción de ver su cuerpo entregado.
Un Dominante debe contenerse a menudo y no dejarse llevar por los sentidos y los deseos. La posibilidad de usar a la sumisa es tentadora pero aun lo es más la posibilidad de conocerla hasta en sus más pequeños detalles. Esos pequeños detalles y reacciones que permiten profundizar en su doma y en su aprendizaje de una forma más completa y duradera.

lunes, 18 de marzo de 2013

Puntos de Venta

La editorial que ha publicado Caminos de sumisión ha llegado a un acuerdo para que la novela en papel pueda ser comprada también en diferentes puntos de venta, tanto de España, como de varios países en América. A medida que me indiquen esos puntos de venta os los comunicaré. El libro podrá ser adquirido en la página web de esas librerías y también podrá ser encargado en las propias librerías. La edición digital seguirá vendiéndose a través del link que hay en la barra de herramientas de esta página.

Aquí tendréis actualizados los puntos de venta del libro impreso: Puntos de venta

viernes, 15 de marzo de 2013

Placeres inmediatos y placeres sutiles



Hay placeres evidentes y placeres sutiles. Hay placeres inmediatos y placeres que se saborean lentamente.
Usar sin contemplaciones a la sumisa, tomándola como la propiedad que es, de forma inesperada, sin más, produce un placer inmediato. El placer de usar y el placer de ser usada. Un placer que a menudo es efímero y violento y muere como una mariposa ante el fuego, dejando un instante de vacío, no obstante también placentero. Es un tipo de placer que personalmente creo que no puede servir como piedra sólida en la que asentar una relación de Dominio y sumisión, pero que no solo es necesario en su justa medida si no que, además, es recomendable para la educación de una sumisa..
Por el contrario siempre me ha producido un placer mayor, mas intenso y duradero el disfrutar del momento anterior, sea este breve o de muchos días. La preparación, jugar con su mente, hacer que tome iniciativas, que no sea solo una máquina de esperar, que se prepare para el momento; que en esa preparación, en ese decidir que ponerse, que perfume usar, como esperar a su Dueño, que palabras decir ante él, o que silencio ofrecerle, sirva para que sea más consciente de su entrega y de su sumisión. Para que sea aún más consciente aunque este haciendo la tarea más monótona y cotidiana, de a quien sirve, y que por ello no pueda evitar que su mente vuele excitada en todo momento y desee sentir el calor de unas manos tomando su cuerpo, anhele los azotes, el ser tomada o simplemente el estar ofrecida ante él, desnuda, mientras la ignora como a un mueble. Un mueble humillado, encharcado, tembloroso y excitado.
De usarla sin más se obtiene ese placer inmediato, pero de paladear durante días la idea de entrar en la habitación y verla ofrecida, sin saber lo que se va a ver, de saborear en la mente el placer de inspeccionar, de premiar o corregir el resultado, se obtiene un placer más sutil, más profundo que alcanza su climax cuando se escucha ese delicioso gemido y temblor al rozar levemente su clítoris con los dedos deslizándose entre sus labios para comprobar su humedad.
Después es el momento de disfrutar de su cuerpo, de azotarlo, de follarlo, de sacar de él todas las notas musicales, todos los gemidos, temblores, lagrimas de placer y de dolor, de llevarla hasta sus limites, de hacer que desee superarlos, de disfrutar de su entrega; una entrega sincera, directa, sin concesiones, una entrega que no espera un premio, que simplemente disfruta de ser un juguete en las manos de su Amo y de ver el placer en la mirada del Dueño de su placer.
Y al fin el último sorbo de placer, decidir si se desea verla explotar o si se desea negar ese orgasmo y disfrutar de verla caliente, muerta de ganas de correrse y al mismo tiempo deseando estar así de caliente para siempre.
Una decisión difícil, sí. Pero una decisión sumamente placentera… todo está en la mente.

VI Capítulo de Caminos de sumisión



Al día siguiente Alba se despertó temprano, excitada, como si aquel orgasmo no hubiese sido suficiente para saciar todos aquellos orgasmos anteriormente contenidos. Remoloneó un rato en la cama y después se levantó para preparar el desayuno.
El señor le había dicho que no los molestase hasta las diez y que entonces sirviera el desayuno en el jardín. No hizo falta avisarlos, los dos bajaron puntuales. Él con pantalón y camisa, ella con un vestido por encima de la rodilla. Estuvieron un rato hablando mientras desayunaban en el jardín. Después dieron un paseo entre los rosales, mientras Alba recogía la mesa.
A las doce Alba fue a buscar las maletas. El señor estaba en el porche, hablaba con Rosa y le susurraba algo al oído. Ella tenía las manos en la espalda, no de forma muy acentuada, y sus labios estaban húmedos, sin poder evitar mordisquear el labio inferior a cada momento.
Él tomó el cello y lo llevó hasta el coche. Ella mientras tanto se acercó a Alba para despedirse, dándole dos besos muy, muy cerca de los labios y casi inmediatamente le susurró al oído.
—Ha sido un placer, Alba. Espero que tengamos oportunidad de conocernos mejor en otro momento y que puedas escuchar mi música, como ayer, pero delante de mí... Será nuestro pequeño secreto...
Después de decirlo la miró brevemente, le hizo un guiño pícaro y le sonrió.
—Tienes aquí mi tarjeta, si alguna vez vas por mi ciudad estaré encantada de enseñarte, cosas…
Alba se quedó parada, sin saber qué decir e intentó asimilar las palabras de Rosa. De inmediato se dio cuenta de que sonreía, esa mujer tenía la virtud de hacerla sonreír.
—Gracias, señora, es muy amable conmigo.
El coche partió en dirección al aeropuerto y ella se quedó sola en casa. En cierto modo tenía tanta vergüenza y miedo por que la hubiese descubierto, como una sensación de libertad al saber que alguien más sabía lo que sentía. Por un lado le aterraba que ella se lo contase a él, por otro se moría de ganas de que él conociera todos sus deseos. Sin darse cuenta se había enamorado de aquel hombre que no parecía hacerle mucho caso y también de su mundo, ese mundo de dominación y de sumisión, que había penetrado tan dentro de su mente. Entonces sintió la necesidad de saber más de Rosa, miró la tarjeta, se sorprendió al ver que vivía en la misma ciudad en la que ella había crecido, y reconoció la letra. Era la misma letra de la carta de la llegada de Clara y también de una de las cartas que aun no había leído.
Subió rápidamente al desván, no podía esperar a que él volviese del aeropuerto, buscó apresuradamente esa carta y comenzó a leer.
Quince minutos. La voz sonó en la puerta entreabierta. La cara de la chica la miró fugazmente, sentada ante el espejo, con los ojos cerrados y una melancólica sonrisa, mientras acariciaba melosa su cello. Quince minutos. Cuántas veces escuché esas palabras en teatros de todo el mundo, cuántas veces sentí en mi vientre los nervios antes de salir y enfrentarme a miles de ojos curiosos y anhelantes. Y sin embargo este día no era como otros. Largos años rechacé volver a tocar en esta ciudad, largos años huyendo de ella. Mi mente no está en el camerino. Mis pensamientos están muy lejos. Mis ojos entonces también estaban cerrados…
Yo tenía los ojos vendados y el cuerpo desnudo, estaba sentada en un pequeño taburete, entre mis piernas expuestas y abiertas, el cello, como un sonoro amante, unas pinzas lacerantes en los pezones, y gemidos de placer que salían de la madera y de las cuerdas. Él siempre sentado en el sofá, mirando, escuchando, disfrutando de verme, mientras bebía una copa de vino.
Haz gemir al cello, dale vida, que su sonido sea lamento, placer, excitación, que su canto limpie el aire de esta sala.
Sonrió al recordar como se había sentido al día siguiente, los pezones doloridos, el cuerpo excitado, las nalgas aún resentidas, la manera en que tocó su viejo y querido cello en la clase de música, sacándole por vez primera sonidos que de él nunca habían salido. Sí, recordaba la cara de sorpresa del viejo profesor, la admiración, la fuerza que nacía de su interior.
Dolía, dolía recordar todo esto, tan lejano y tan cercano.
Cinco minutos. La voz viva y joven me hizo entreabrir los ojos y mirar el cello. Hermoso, sensual, una pieza de museo, una joya de artesanía que, con todo, cambiaría sin pensar por mi viejo cello. Dolor nuevamente. Haberlo perdido de aquella manera. Tener que entregarlo, que venderlo para pagar un viaje, una nueva vida, unas caras lecciones en un país lejano. Mil veces intenté recobrarlo, mil veces su propietario se negó a vendérmelo. Cada vez que llamé a sus abogados, cada vez que insistí con ellos, recibí un no por respuesta. Rabia, la rabia de sentir que el idiota que lo poseía no era quizás más que un amante de la colección, que deseaba tener el cello de alguien conocido.
Primero me desnudo, y luego me visto con mi ropa de escena, con un largo y amplio traje negro y, como siempre, dejo que la seda acaricie mi cuerpo como un rito y que nada más que ese vestido acaricie mi piel. Suspiro, no se por qué, pero siento el deseo de  ofrecer, de dar; acaricio con mis manos dos pinzas que él me regaló en forma de joyas de plata, con unas lagrimas pesadas que caen, y las coloco en los labios de mi coño rasurado. Deseo sentir dolor, placer, para poder sacar del cello todo lo que llevo en el alma.
La luz se desvanece lentamente en el centro del escenario, mis ojos cerrados detrás del cello, siempre cerrados mientras toco. Las notas que suenan y atraviesan el aire. El recuerdo de sus palabras que se cruzan en mi mente y juegan con las notas.
Tú serás mi cello —me dijo un día—. Sacaré de ti cada nota, cada gemido, cada suspiro entre mis piernas, como el cello entre las tuyas; serás mi vivo instrumento, mi fuente de placer, llorarás de placer, de dolor, de angustia, sentirás y me harás sentir.
Mi mente está en blanco mientras toco, los labios de mi coño ardiente con las joyas que cuelgan de de ellos, mis manos llenas de vida mientras dan vida a la música de Bach. Mi mente está lejos, en otro tiempo, en la misma ciudad.
En mi cuello llevaba una cinta negra, mis ojos vendados con un pañuelo de seda, mi cuerpo desnudo mientras tocaba el cello. Él siempre esperaba a oír en la calle los gemidos, las notas hirientes que lo llamaban y deseaban. Después entraba y se sentaba para verme, para escuchar mi música, y esperaba para hacer después de mí el más hermoso de los cellos.
Ahora los aplausos, los gritos, y yo saliendo del escenario y entrando de nuevo a saludar, cuando en realidad todo lo que deseo es estar sola y huir, volver a casa, a la vieja casa, echarme en la cama y llorar, y tocarme, y sentir placer en lugar de hacer el paripé, atender a todos, recibir las flores antes de poder huir hacia casa, cansada y melancólica. Salgo del teatro, huyo de la gente que solo quiere estar a mi lado, le doy al taxista la dirección de mi vieja casa, tanto tiempo abandonada, y tiemblo mientras el coche pasa por calles conocidas hasta pararse delante del portal.
Abro con miedo la puerta de esa casa a la que no he vuelto desde hace años, todo está igual, los mismos muebles, las mismas cosas. Entró en la sala y me quedo inmóvil. Mi viejo cello está en el centro de la sala desnuda, a su lado una silla y sobre ella un pañuelo, una negra cinta de seda y un sobre cerrado, sin nada escrito por fuera, que abro apresuradamente, rasgando el papel, muerta de ganas de leer lo que hay dentro.
«No tendría que haberme negado tanto tiempo a venderte el cello. Lo compré como una ofrenda, para tener un hermoso recuerdo. Sabía que no aceptarías mi dinero, que necesitabas partir para crecer como música y que la única forma era romper el lazo que te unía a mi voluntad. Muchas veces coloqué este cello en medio de la sala y escuché uno de tus discos, recordándote a ti y recordando a Clara. Pero ahora nada de eso importa, esa sensación de culpa por no haber aceptado tus propuestas de comprar de nuevo el cello se ha ido. No podía permitir que supieses que era yo quien lo había comprado hasta que volvieses a la ciudad. ¿Recuerdas?  “No volveré a esta ciudad si no es para ser tuya”, me dijiste y ahora has vuelto, tu camino ha pasado de nuevo por esta ciudad.
 Por eso hoy te escuchado en el teatro. Por eso no esperé al acabar el concierto y vine rápido. Por eso estoy ahora sentado en el banco que está debajo del viejo chopo y espero allí, mientras noto la niebla fresca en la cara, el momento en que sienta de nuevo la música y poder entonces entrar y volver a tocar mi cello.»
Lloré, tengo que confesar que lloré, lo demás ya lo sabe mi Señor, lo demás lo ha visto al entrar: una dama entregada, su perra, mi cuerpo desnudo y pinzado, que siente el dolor y el placer de esperar mientras toco, hasta que mi señor decida que es el momento de usar su cello.
Alba saboreó cada una de las palabras, deseó sentir todas esas cosas y, al recordar el breve roce de los labios de Rosa en la comisura de los suyos, se sorprendió al descubrir que la deseaba también a ella. Pero, sobre todo, supo en este mismo instante que ahora deseaba más, necesitaba más.