Atada, abierta,
indefensa, entregada a mi voluntad, ella espera. Como un ritual coloco todo sin
prisas. La espuma de afeitar enjabona su piel. En su clítoris una pinza aprieta
y exige. Después rasuro lentamente cada rincón. Quiero su sexo perfectamente
depilado y me gusta hacerlo yo mismo mientras le hablo. Después limpio su piel
y le pongo aceite hidratante. Mis dedos juegan dentro de su coño empapado y
excitado. Tiro varias veces de la pinza, ella gime. La quito y ella contiene un
grito. Mis dedos masajean la piel antes cautiva hasta hacer que ella esté a
punto de correrse. Me separo de su cuerpo, la contemplo en la distancia, su
vientre se mueve con ligeros espasmos y su respiración es profunda. Su sexo está
ahora como yo quería. Le hago una foto, me apetece jugar con esa imagen y
convertirla en un cuadro indecente que haga que ella se ruborice al pasar
delante de él y recordarlo.
Es solo una imagen, es más
que una imagen.
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