Poco a poco la historia de Caminos de sumisión crece, en mi mente aparecen las imágenes y la estructura de la continuación de esa historia y quiero ir compartiendo pequeños detalles con vosotros, sin pulir, sin corregir, tal y como van naciendo. Espero que os agraden.
El sol acariciaba su piel desnuda. La joven esperaba en el patio a que se secase su piel. Sus
ojos estaban vendados y llevaba unos tapones en los oídos por lo que
su aislamiento era total. Se encontraba en la misma posición en la
que alba la había dejado, a cuatro patas y desnuda. No sabría decir
cuanto tiempo había pasado desde que la había dejado sola, pero las
gotas de agua que recorrían su cuerpo ya se habían secado y su pelo
estaba también prácticamente seco. Su sexo, por contra, estaba
completamente empapado. Podía notarlo, podía sentir la humedad con
la ligera brisa que acariciaba su sexo recién rasurado. El Señor le
había ordenado a alba que la limpiase como a una perra y la dejase
después secarse al sol antes de dejarla entrar en la casa.
Ella se había dejado hacer. La mujer
la había despojado del vestido y la había lavado en la misma
posición que se encontraba ahora. Había notado las manos de alba
enjabonando su piel, pellizcando sus pezones, penetrando en su sexo y
en su culo. Se había excitado por el contacto pero también por la
humillación que sentía, callada y obediente, mientras notaba el
agua tibia de la manguera, calentada por el sol, que enjaguaba su
cuerpo. De su boca solo salió un gemido leve cuando alba tiro con
sus dedos del vello que había en los labios de su sexo.
—No creo que al
Señor le guste esto —le dijo.
Después
vino el silencio y al cabo de un rato la sensación casi olvidada de
unas manos recortando el vello con una tijera y luego de los dedos de
alba que esparcían espuma de afeitar y acariciaban de vez en cuando
su clítoris ansioso y vibrante. Su respiración se hizo cada vez más
profunda al notar la cuchilla que afeitaba su piel, despacio, sin
prisas, realizando una obra perfecta, hasta eliminar el más mínimo
vello.
—Ahora
sí, esto está mucho mejor —escuchó.
La
mano de alba limpió los restos de espuma con agua fresca y acarició
después los labios y el pubis de clara, dando pequeñas palmadas.
—Tu
piel se va a secar al sol, pero veo que tu sexo es imposible de
secar, al Señor le va a gustar saberlo.
Después
de pronunciar estas palabras alba le colocó unos tapones en los oídos y le vendó los ojos. Casi al instante hizo que la mujer se
incorporase de rodillas, le colocó su mano en la nuca, tiró de su
cabello hacia atrás y la besó profundamente, jugando con la lengua
de clara que respondió al beso humillada y entregada.
Luego
hizo que volviese a su posición, las gotas de agua se secaron al sol
casi al mismo tiempo que su sexo se empapaba y los minutos pasaron
lentamente, aislada, sin saber si la contemplaban o si estaba sola.
Nada de eso importaba, solo sabía que había vuelto a aquella casa,
nada de eso importaba, las cosas volvían a ser como nunca tendrían
que haber dejado de ser.
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