La azoto, fuerte, la fusta marca sus nalgas, su cuerpo recostado con los
pechos sobre la mesa se mueve ligeramente con cada azote. Hoy no es un juego, hoy es un
castigo, ella sabe que tiene que ser castigada, lo teme y lo desea. Se que le
excita sentir mi poder sobre ella y se también que desear expiar su error.
Los azotes son secos, rápidos, interminables, no quiero
que disfrute, hoy quiero ver sus lágrimas cayendo por su cara y admirar sus nalgas
calientes y marcadas. Su cuerpo se estremece, gime y llora.
Paro de azotarla, mis manos disfrutan de rozar las marcas sobre su piel.
Hago que se levante, le explico lentamente en que se ha equivocado, le duele más
la reprimenda de unas palabras suaves y firmes, como las que se le dicen a un
niño al que se le ha pillado en un renuncio, que los azotes recibidos. Se que está humillada
por las palabras, avergonzada por su error, no me hace falta meter mi mano
entre sus piernas para saber que está empapada. El castigo no puede existir sin
explicación y sin comprensión por parte del castigado. Mis manos pellizcan sus pezones con fuerza
mientras se disculpa y me dice que no volverá a pasar. Se que siente cada
palabra que pronuncia.
Sonrío, ahora todo vuelve a su cauce, levanto su barbilla con la mano y nuestras miradas se
cruzan. Puedo ver la adoración en sus ojos y mientras juego con mis
dedos en su clítoris tembloroso, le digo:
—Ahora vamos a disfrutar los dos ¿Qué tal unos azotes?
Ella sonríe, conozco esa cara de perra en celo. Se coloca de nuevo sobre
la mesa y ofrece una vez más sus nalgas a mis caprichos.
Un placer descubrir Tu blog a través de ese correo a Mi llum.
ResponderEliminarTambién Te he enlazado porque Me parece muy interesante Tu blog :D
Un abrazo Caballero
S.S