Me encanta esta foto por
lo que imagino a verla. Me encanta cuando una sumisa está excitada y
descontrolada. En ese momento me gusta hacer que hable cuando más le cuesta
hacerlo. Me gusta que me diga como se siente, que me diga lo que es. No por que
yo no lo sepa, si no porque deseo que se excite y se humille más al decirlo,
por que deseo tenerla aún más excitada, hasta que ya casi no pueda hablar. Entonces, cuando piensa que no puede más, cuando cree que es incapaz de pronunciar una sola palabra, me gusta tirar aún más de la cuerda y
hacer que hable de nuevo mientras juego con su cuerpo. Conseguir que se concentre
en sus palabras y en las mías, en su
excitación, en controlarse, y cuando ya está a punto, en el momento en el que
yo desee preguntarle si desea correrse.
—Yo deseo lo que desee mi
Señor —me responde.
—Entonces frótate contra
lo que quieras hasta que estés a punto de correrte, solo así te correrás.
Me encanta ver su cara de
placer y de humillación mientras se frota delante de mi. Veo como cada vez está
más excitada.
—Por favor…
—Por favor, que?
—¿Por favor, Señor, deja
que esta perra se corra?
Ese instante, ese
delicioso instante, unos segundos apenas de espera mientras decido, esa
deliciosa humillación que veo en su cara inclinada mientras gime.
—Córrete para mí.
Y entonces la explosión,
la humillación que deja paso al placer y después a la dulce vergüenza de
haberse corrido frotándose delante de su Dueño.
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