Uno de los placeres de la Dominación es
deleitarse con la excitación de la sumisa. Llevarla, poco a poco, sin prisas,
hasta ese punto en el que no piensa nada más que en el placer, que no desea más
que ser usada sin contemplaciones, que vendada busca con ansia la piel de su
Dueño. En esos momentos ver como se mueve con dificultad, como jadea y escuchar
como gime, cuando halla lo que busca, es un juego delicioso. En esos momentos el
Dominante usa la mente de su sumisa, la lleva a un punto en el que su deseo
animal sobrepasa la humillación, la vergüenza y se convierte en orgullo de ser sumisa,
en deseo de entregarse y dar más placer, de sentirse aún más en la mano de su
Señor.
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